martes, 15 de mayo de 2012

El Concertaje laboral de los niños abandonados en Bogotá 1642 – 1885

El Concertaje laboral de los niños abandonados en Bogotá 1642 – 1885
Autora: Estela Restrepo Zea

Preguntas motivadoras para el Diálogo:
1. ¿Que nos enseña el Concertaje Laboral de los niños abandonados para la comprensión de nuestras infancias actuales, en los contextos latinoamericanos y Caribeños?
2. ¿Cuál es el rol que jugaba la espiritualidad en el Concertaje laboral de los niños abandonados en Bogotá?
3. ¿Cómo los proyectos de salud, educación, nutrición espiritual, protección, género se pueden beneficiar de los contenidos de este capítulo de la historia de Bogotá sobre el
Concertaje Laboral?

Objetivos de aprendizaje:
- Establecer las relaciones existentes entre las infancias pre colombinas con las infancias actuales en Latinoamérica y el Caribe.
- Profundizar en la reflexión de nutrición espiritual de nuestro trabajo con la niñez de
Latinoamérica y el Caribe.

1. Resumen:
El ensayo nos habla sobre el Concertaje[1] laboral de los niños abandonados en Bogotá durante los años 1642 – 1885. La práctica de abandonar y exponer a los niños en las calles públicas en las puertas y puentes solitarios, apenas acababan de nacer era común no solo de los indios, sino también de los españoles; así como todas las medidas tomadas por las autoridades con la creación de Casas de Refugio, Hospicios, en las que se daba asilo a los niños y niñas desde recién nacidos, para luego pasar a los tutores los varones mayores de 10 años, la edad suficiente para trabajar, para que realizaran algún oficio, y las niñas se dedicaban al trabajo de servicio en casa de familias.

Ideas claves / centrales:
I. La casa de Expósitos y de Recogidas ( 1642 – 1790)
La práctica de abandonar y exponer a los niños en las calles públicas, apenas acababan de nacer era común no solo de los indios, sino también de los españoles. Con el objeto de reducir a los huérfanos y desamparados, la Monarquía había ordenado a los virreyes dejar en manos de las autoridades y los tutores a los varones mayores de 10 años, la edad suficiente para trabajar, con el fin de que realizaran algún oficio, lo que significaba a los encomenderos a emplear niños menores de esa edad y a familias virtuosas a recibir en servicio a las niñas, porque de lo contrario, serían guardadas en casas de recogidas.
En el siglo XVII, se constituyó la casa de recogidas y expósitos[2] de Santa Fe, hasta que el establecimiento pudiera mantenerse con donaciones de particulares. La Casa estaba pensada como una institución, muy conforme a la religión y útil a los intereses del Estado, dando instrucción a cada uno en aquel oficio que correspondía a su naturaleza y talento. Durante el siglo XVII y gran parte del XVIII, la institución se ocupó de criar a los lactantes, de instruir a los niños, de albergar a las viudas y beatas, y de moralizar a las mujeres remitidas por la justicia. En beneficio del prójimo, y para satisfacer la conciencia del Monarca, el centro guardaba a los hijos de criollos empobrecidos, naturales, esclavos y mestizos para que aprendieran la doctrina y algunos oficios.
La admisión de los infantes en el hospicio se iniciaba después de reconocer su pertenencia a la comunidad cristiana. Pasaban a una madre sustituta, el pecho de las madres sustitutas a los críos ajenos, derivaba en tributo. Por el aumento de lactantes en el hospicio, los corregidores de indios debieron enviar mujeres indígenas para que cumplieran con el amamantamiento de los pequeños, aunque ello implicara – para las nativas – dejar a los propios sin el “jugo blanco”. Alcanzados los 6 años, los hijos de cautivos, continuaban como sus mayores el camino de la esclavitud, los descendientes de blancos pobres y, sobre todo, los vástagos de indios y de mestizos, eran ofrecidos en adopción a familias que requerían su trabajo, o puestos a disposición de maestros para que aprendieran un oficio. Los centros no podían recoger en su recinto el crecido número de los que se encontraban sin oficio, y con el fin de impedir, la indigencia, la ociosidad y la pereza; se entregó a jóvenes que se hallaban en su minoría de edad a los maestros y artesanos honrados.

II. La Casa de Refugio ( 1834 – 1870)
En 1834, el Hospicio de Bogotá cambió su carácter con el fin de encerrar a la población que podía representar algún peligro social para las gentes de bien. Buscando remediar los perniciosos efectos de la vagancia, la Cámara Bogotá transformó el antiguo hospicio de la capital en una casa de corrección, bajo principios filantrópicos. El nuevo objeto del centro era encerrar a los condenados a presidio y a prisión con el fin que enmendaran las faltas cometidas, y reformar las costumbres de los niños abandonados a través de la destreza en un oficio. En cumplimiento de ese propósito, los menores convivían con penados por ociosidad, indigencia o delitos menores, enfermos crónicos y viejos. Cuando el niño se encontraba en capacidad de trabajar podía ser entregado a ciudadanos particulares, a maestros de oficio o a agricultores que requirieran de su trabajo. Para ello era menester que el director de la casa firmara con los interesados una fianza en la que se estipulaban las obligaciones de ambas partes, hasta por 5 años.
Dos años después, el Congreso de la Nueva Granada acordó ampliar el concertaje para corregir la inconstancia y falta de previsión propia de la primera edad, y con el fin de asegurar la presencia de los jóvenes en las haciendas, casas o talleres, donde podrían adquirir conocimientos y destrezas, como hábitos laboriosos para el resto de su vida. Se dispuso entregar por medio de escritura pública a los niños entre 7 y 18 años a comerciantes, agricultores, hacendados, maestros de fábrica o taller de arte: y a las niñas, a familias honradas o establecimientos donde pudieran aprender algún oficio.
Por el interés de generalizar el concertaje, la ley mandó a los jefes políticos, los Alcaldes y sus delegados persuadir a los padres de familia que no tuvieran los medios necesarios para procurar a sus hijos alguna ocupación, para que entregaran sus vástagos a particulares, como medio de hacer de ellos un apoyo de su familia, y ciudadanos útiles a la patria. Entre 1842 y 1849, la periódica convivencia de los lactantes con los enajenados y el poco aliciente que representaba para las putativas madres los dos pesos mensuales, deterioró considerablemente el sistema de pupilaje y elevó la mortalidad de los infantes. Mujeres degradadas sin moral y sin estímulos de ninguna clase, acallaban a los lactantes con bebidas narcóticas, lo que elevó a 70% el fallecimiento de los niños que se encontraban en poder de las cortesanas.
En 1851, la Gobernación de la Provincia privilegió otra vez la asistencia de niños y desvalidos, gracias a que la administración de los penados se había entregado a los distritos judiciales. La reforma no llegó a feliz término por la bancarrota de las instituciones de beneficencia, redujeron considerablemente las entradas de la Casa de Refugio, refiriéndose a la nefasta situación de la Casa de Refugio en estos años, con la miseria de los internados, se comunicó que por el maltrato de los niños a manos de las amas de cría se había incrementado a 20% la mortalidad de los lactantes.

III Del Asilo al Taller
En1869 el Poder Ejecutivo de Cundinamarca votó el primer Código de Beneficencia de la
República, para asistir con dineros públicos a los pobres y enfermos del territorio, creó la
Junta General de Beneficencia con el fin de dirigir e inspeccionar todas las entidades caritativas, recaudar, invertir y administrar sus bienes y rentas, y formar los reglamentos internos.
Con relación a los menores desamparados, el Código determinó que la Casa de Refugio ampararía gratuitamente a los expósitos antes de salir del período de lactancia, a los que pasada esta etapa no pudieran dar razón de sus padres, o cuyos parientes o deudos obligados a su cuidado no tuvieran capacidad para mantenerlos, a los niños mayores de 7 años arrojados de sus casas o salidos de ellas por su voluntad, y carentes de deudos o tutores, y por el pago de una pensión.
Puesto en marcha el estatuto, los varones mayores de 7 años fueron incluidos en el asilo de indigentes creado en 1870, con inválidos completamente inútiles para el trabajo, con enfermos mentales remitidos por la Casa de Refugio y por el Hospital de Caridad, y con locos, ciegos y tullidos que andaban vagando por las calles de la ciudad mendigando el pan, con vilipendio y deshonra de sus habitantes.
La suerte de los lactantes, de los niños de ambos sexos menores de 7 años, y de las mujeres hasta los 18 años cumplidos era más llevadera, aunque dificultades de distinto orden impedían separarlos de decrépitas y enfermas. El año siguiente, las hermanas de la caridad asumieron la administración del dicho hospicio con el fin de asilar a las niñas inocentes para preservar a los tiernos e inocentes corazones que sin el apoyo de sus padres, y sin medios ni aptitudes para proporcionarse la subsistencia, sería fácil corromper. Los planes de las hermanas comenzaron a cumplirse seis meses después de la constitución de la Casa de Locas de Bogotá en 1874.
Antes de terminar la década, la permanente incapacidad de los asilos para amparar e instruir a los niños abandonados y la necesidad de personal para la industria, acentuaron la importancia del concertaje, estimulado entonces por sectores conservadores.
En 1878 se constituyó la Sociedad Protectora de Niños Desamparados, en 1882 abrió sus puertas en la Quinta Lleras con pocos niños, aunque al finalizar el año sobrepasaban el centenar. Los internos concurrían a la escuela tres horas al día (de 7 a 9 de la mañana y de 7 a 8 de la noche). Entre la instrucción de la mañana y de la tarde, tenía lugar el aprendizaje en los talleres durante ocho horas.
Por el plan de re - educación, los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la Comunidad de la
Salle tomaron posesión del establecimiento, previo contrato celebrado con la Junta General de
Beneficencia y con el Ministerio de Gobierno. Mediante el concurso especial de la iglesia y la ayuda económica de instituciones caritativas, el régimen conservador sancionó la inserción de los niños en el mercado laboral. Con ese propósito instruyó a los menores pobres, a los abandonados y a los llamados “incorregibles” para laborar con docilidad y disciplina, dos de las cualidades más relevantes en el mundo del concertaje.


[1] Concertaje: Contrato mediante el cual un indígena se obligaba a realizar trabajos agrícolas de manera vitalicia y hereditaria, sin recibir salario o recibiéndolo mínimo.

[2] Expósitos: Dicho de un recién nacido: Abandonado o expuesto, o confiado a un establecimiento benéfico

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